Como cuando volvías al patio de recreo del cole siendo adulto, esta semana volví a London luego de más de 3 años y, dato no menor, luego de vivir en la ciudad-pueblo de Edimburgo durante el mismo tiempo.
A diferencia del patio que con el tiempo se tornaba infinitamente más pequeño que en las escapadas del 𝑝𝑖𝑐𝑎 de las escondidas, Londres se me hizo inabarcable, eterna, más imponente que nunca. Casi como la seño Margarita que te encontraba en plena carrera y te decía que no corrieras. Nadie la contradecía.
La ciudad del Támesis y su inmensidad, su elegancia inglesa, sus ruidos y sus constantes arreglos en las calles me devolvieron a una realidad que abolló un poquito mi recuerdo cuasi inmaculado de esta cabeza de serie de capitales europeas.
¿Qué será lo que rememoro cuando evoco esas imágenes anteriores a este actual reencuentro con ella? No estoy segura. Quizás la taquicardia de subir sola a un avión por primera vez para ir al encuentro de la city de mis sueños, a desafiar el subte y su ingeniería maestra, a probarme, a crecer...
Por el motivo que sea, Londres quedará siempre grabada en mi memory como esa entrada al micromundo de Reino Unido, a estudiar en el exterior, a empaparme de un mundo que me parecía inalcanzable. Yo estoy más grande y Londres también… pero esta vez fui más consciente de sus oportunidades y de sus fallas. Un poco como me pasa conmigo también. Y porque nos conocemos más, se que seguiré volviendo, porque 𝑙𝑎 y 𝑚𝑒 sigo desafiando.
A la seño Margarita nunca me animé.
𝑆𝑜𝑚𝑜𝑠 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎 𝑚𝑒𝑚𝑜𝑟𝑖𝑎, 𝑠𝑜𝑚𝑜𝑠 𝑒𝑠𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑚é𝑟𝑖𝑐𝑜 𝑚𝑢𝑠𝑒𝑜 𝑑𝑒 𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎𝑠 𝑖𝑛𝑐𝑜𝑛𝑠𝑡𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠, 𝑒𝑠𝑒 𝑚𝑜𝑛𝑡ó𝑛 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑗𝑜𝑠 𝑟𝑜𝑡𝑜𝑠'- 𝐽. 𝐿. 𝐵𝑜𝑟𝑔𝑒𝑠
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