El Mundial, Navidad, Año nuevo, tu cumple. Todo eso tiene otra entidad si estás solo con tu alma. De seguro en algún momento hemos pasado alguna de esas fiestas con nosotros mismos; ya sea por elección o imposición, pero… eso no es festejar.
Es transcurrirlo, atravesarlo, reflexionarlo, estar serenos -en el mejor de los casos- o jugar a olvidar qué día es. Dependerá del momento de cada uno.
Celebrar en el sentido más agitado del término es siempre con otros. Cuando estás 𝑎𝑓𝑢𝑒𝑟𝑎 en alguna de todas sus formas (UK, Miramar o casa alternativa a la que siempre reúne) brindás con rostros de gente que estará en tu vida por mucho tiempo -decir 𝑠𝑖𝑒𝑚𝑝𝑟𝑒 me resulta soberbio- pero también con esas otras caras circunstanciales, coyunturales, que son amigos de los amigos de alguien.
Entonces con esos seres para quienes caés en la misma categoría de terceridad comentás la picada y el vino, reís, contás cosas de vos, de tu país, te alegrás con la coincidencia de costumbres y asentís con asombro ante la ampliación de tu patrimonio cultural por lo que no imaginabas. Enseñás qué significa en argento que el queso trufado es ‘una fiesta’ y te enterás de tips para la pasta casera… acuarelás lo que es una Navidad lejos de tus raíces y de tu familia. Por elección o imposición.
En ese intercambio que lográs cuando salís de tu madriguera hay un momento climax de la reunión: cuando sentís que era allí donde tenías que estar, y que se armó el remolino bueno en el que todos vamos para el mismo lado. Y al menos por ese rato te sacás la lotería :).
¿Cómo estuvo tu Navidad? La mía, celebrando en pijama y con desconocidos. Buonissima.
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