Sentirse 𝑣𝑎𝑟𝑎𝑑𝑜 es relativo. He leído algunas opiniones que se parecen mucho a la condena social hacia quienes se encuentran sin poder volver, considerando que 𝑚𝑢𝑐𝘩𝑜𝑠 han salido de Argentina en momentos en los que se tendrían que haber quedado en casa.
A través de la Embajada, tengo la oportunidad de escuchar el lado B de los compatriotas varados en UK. Aquellos que están instalados aquí hace poco tiempo y que se han aventurado a hacerlo detrás de una historia de amor, para explorar el lugar antes de adentrarse en una maestría, para calcular cuánto dinero necesitarán para vivir si solicitan una beca para un curso de especialización, para visualizar una oferta laboral antes de tomar una decisión, etc. Y aún estando aquí en 𝑒𝑠𝑎𝑠 condiciones, les duele saber que no pueden volver, aunque tampoco lo harían si pudiesen, porque vinieron para quedarse, al menos por un tiempo. Y sin embargo, eso también es estar varado, porque nuestra cabeza 𝑠𝑎𝑏𝑒 que carece de la posibilidad de retornar a lo conocido, donde se nos abraza, donde no se saluda religiosamente al colectivero, donde no se pide disculpas por todo, donde se cena después de las 5pm. Y la ansiedad... se frota las manos.
Finalmente, escuchar a los Argentinos varados en Buenos Aires, Córdoba, Jujuy, Chaco, qué se yo dónde más... que no pudieron viajar. Que dedicaron sesiones enteras a hablar de lo que implicaba ese esfuerzo, que se imaginaban fuera de la ofi por tres gloriosas semanas, que planeaban quedarse 𝑎𝑙𝑙á (𝑎𝑐á) con alguien que hacía 𝑚𝑖𝑙 que no veían. Que también dedicaron sesiones a hablar de lo que implicaba suspender ese sueño hasta nuevo aviso. Entendiendo motivos, pero conteniendo emociones.
En definitiva, todos estamos varados en algún rincón de nuestras ganas.
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