Durante mis primeros 20 años siempre hubo un perro (o más) en la foto de mi vida. Por diferentes circunstancias luego se vino un período de sequía extensa, hasta mis 40. Y probablemente con la consolidación de mi in-maternidad, llegó Rustu – soy de libro, ya se
En marzo de 2019 viajamos hasta Inglaterra para buscar una Shar-pei que hasta entonces sólo conocíamos por audios e imágenes de los criadores. A riesgo del enojo de muchos, spoiler alert, confieso que la compramos por £1,000, con el esfuerzo de toda la familia.
Mi hermana en cambio, mucho mas coherente y sensible hacía tiempo que había adoptado a Luzía y venía avisando de las maravillas de tener un perrito siendo uno adulto – ella iluminó el transcurrir de Luzía y Luzía le agradeció siendo el prisma que proyectó los colores en la vida de ambas durante más de 12 años hasta este sábado.
Si bien Rustu está lejos de agradecer -de verdad, se cree mil- sin saberlo logró cambiarnos un poquito. A Juli, lo inició en esto del mascotaje y lo escucho lamentarse de por qué nadie le había contado cómo te cambia la vida (se ve que nunca escuchó a mi hermana); a Thiago logró generarle el hábito y cuidado por un ser vivo; a Kamy, ayudarla a sanar la culpa de haber dejado a Gaara en Argentina y a mi, me hace reír tanto que me reinicia hasta en mis puntos más tristes.
Brindo por los poderes mágicos de las Luzías (si, con z) y Rustus de este mundo, por los que quieren probarlos pero no se animan y por los que tienen ganas de no tener ganas, como dice Ricky.
Salud, Lu!
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