Mike llegó a la primera sesión en junio con una neblina mental que le impedía discriminar hasta dónde llegaba el cuidado de sus hijitas y dónde comenzaba su vida como hombre. Desde muy joven se había cargado su paternidad al hombro y se sentía fallando a su cabeza y su corazón si dejaba de lado esa mochilita -al menos por un rato- para pensar qué le gustaba y que tenía ganas de hacer EL.
Además, el silencio castigo de su ex-mujer que no había perdonado que él siguiera su camino accidentaba más las cosas. La falta de comunicación entre ellos jugaba a favor de su culpa, y fue difícil ayudarlo a separar las piezas de su rompecabezas porque éstas se multiplicaban a medida que intentaba armarlo.Hacia finales de agosto con Mike ya habíamos transitado muchas charlas: el estigma aún instalado de la salud mental y la masculinidad, el bullying a los hombres muy sensibles, sentir merecer una tarde de ejercicio o salidas, poder comenzar con el libro que juntaba polvo en la mesita de luz.
Básicamente hablamos de saberse vencible como una manera de ganarse a si mismo.Nos despedimos esa sesión con el buen augurio para la punción lumbar del día siguiente. Hoy, me siento afortunada de haber sido testigo de cómo Mike se animó a deconstruir el papá solitario que lo abarcaba todo: Hace apenas algunas semanas fue diagnosticado con Esclerosis Múltiple, y va a necesitar dar espacio a ese hombre sensible que (finalmente) admite ayuda para salir adelante.
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