Sábado a la tarde y Edimburgo estallaba de gente. Era el primer fin de semana desde que los pubs abrían sus terrazas y la gente salió a reencontrarse con gente, vaso en mano.
Llegamos al 𝑏𝑒𝑒𝑟 𝑔𝑎𝑟𝑑𝑒𝑛 elegido y mientras esperábamos en la cola, nos pusimos al día con todo lo que 𝑛𝑜 había pasado en estos meses sin vernos. En la entrada, la encargada chequeaba que escanéaramos el código QR y le mostráramos el mail de confirmación. Sólo al haberlo hecho todo el grupo desacordonó la puerta y nos guió hasta una mesa junto al canal, mientras se disculpaba por no tener una disponible bajo el gazebo. Sin problema, el atardecer se veía bien bonito.
Había muchas cosas que contar, otras que celebrar, ponerse de acuerdo entre italianos y argentinos para ordenar -también mediante app- y sortear la torpeza entre los idiomas que agregaba simpatía a las anécdotas.Entre nachos y salsitas la tardenoche promediaba los 4 grados y las 10pm del cierre, así que abandonamos el lugar conversando y riendo un poco. Al subir al auto estacionado justo en la esquina del pub y mientras nos comprometíamos a reunirnos pronto, una voz interrumpió nuestra promesa al borde de la ventanilla.
Soprendidos por lo atípico de la situación y un rostro semiconocido, pedimos a la chica del bar que repitiera su pregunta:
- Que cuánto tomaste
Mi amigo al volante, incapaz de transgredir las normas y poner en riesgo a los demás, titubeó y respondió:
- Una sidra sin alcohol
Ella sonrió y justificó su marca personal en pos de 𝑠𝑎𝑙𝑣𝑎𝑟𝑛𝑜𝑠, sisi. ¿Satisfecha? con la respuesta ensayada se volvió correteando a su puesto de trabajo ahora inútil, porque ya no había clientes esperando en la fila.
Los cuatro confundidos aún por la escena -tres de nosotros probablemente también por la pinta que habíamos bebido- nos quedamos viéndola irse.
Al llegar a casa, me encontré meditando acerca de hasta dónde debe y puede llegar el cuidado del otro por algo que es mi responsabilidad moral como adulto. Cuánta culpa puede generarme que alguien me interpele en mi voluntad de hacer algo incorrecto y que entonces abandone esa decisión. ¿Ella, estuvo bien, estuvo mal? Ay, no lo se.
Mi amigo nos repartió en nuestros destinos y contó de sus nuevos proyectos. Estaba feliz y no le hizo falta beber para reírse.
“𝑈𝑛 𝘩𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑛𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒 𝑠𝑒𝑟 𝑒𝑙 𝑑𝑢𝑒ñ𝑜 𝑑𝑒 𝑜𝑡𝑟𝑜 𝘩𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒.” -𝐸𝑝𝑖𝑐𝑡𝑒𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝐹𝑟𝑖𝑔𝑖𝑎
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