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Usted no sirve

El teléfono sonó a la hora pautada y la entrevista comenzó – recorrimos mi experiencia y bromeamos hasta que me preguntó por el doctorado. Un poco aturdida por la consulta que disparó al medio de mi ego, respondí:

- 𝑁𝑜, 𝑛𝑜 𝑡𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑛𝑖𝑛𝑔ú𝑛 𝑑𝑜𝑐𝑡𝑜𝑟𝑎𝑑𝑜, ¡𝑌𝑎 𝑞𝑢𝑖𝑠𝑖𝑒𝑟𝑎! 𝐷𝑖𝑒𝑐𝑖𝑠𝑖𝑒𝑡𝑒 𝑚𝑖𝑙 𝑙𝑖𝑏𝑟𝑎𝑠 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑟𝑒𝑠𝑎 𝑒𝑠𝑐𝑎𝑝𝑎𝑛 𝑎 𝑚𝑖 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑢𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑜 𝘩𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑛𝑎 𝑖𝑑𝑎 𝑦 𝑣𝑢𝑒𝑙𝑡𝑎. 𝑆𝑜𝑙𝑜 𝑡𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑠𝑔𝑟𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑓𝑖𝑔𝑢𝑟𝑎𝑛 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝐶𝑉. - 𝐴𝘩, 𝑐𝑟𝑒í 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑟 s𝑢 𝑡𝑟𝑎𝑦𝑒𝑐𝑡𝑜𝑟𝑖𝑎 𝑡𝑒𝑛í𝑎 𝑢𝑛𝑜, 𝑒𝑠𝑡𝑒 𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑜 𝑟𝑒𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑒 𝑒𝑠𝑎 𝑡𝑖𝑡𝑢𝑙𝑎𝑐𝑖ó𝑛, 𝑙𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑒𝑙 𝑚𝑎𝑙𝑒𝑛𝑡𝑒𝑛𝑑𝑖𝑑𝑜.

Luego de que nos despidiéramos amable y desilusionadamente tomé mi cafecito energizante para enfrentar la cursada presencial de 5 a 9. Si hubiese sido una viñeta de Quino en mi camino hasta allí, se me vería arrastrando mis pies, muy pequeñita y con los hombros pesados. Ese día no estaba lista para medirme académicamente - mi sensación de que nada de lo que hiciera servía, fue inevitable.

Según el cronograma, ese jueves nos tocaba evaluar a nivel grupal lo que habíamos hecho individualmente hasta el momento; una de mis quince compis (doce escoceces, tres extranjeritos) se dirigió a mi luego de escucharme y dijo:

- 𝐻𝑜𝑛𝑒𝑠𝑡𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑦𝑜 𝑛𝑜 𝑝𝑜𝑑𝑟í𝑎 𝘩𝑎𝑐𝑒𝑟 𝑒𝑠𝑡𝑎 𝑐𝑒𝑟𝑡𝑖𝑓𝑖𝑐𝑎𝑐𝑖ó𝑛 𝑒𝑛 𝑜𝑡𝑟𝑎 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑠𝑒𝑎 𝑙𝑎 𝑚í𝑎, 𝑎𝑑𝑚𝑖𝑟𝑜 𝑡𝑢 𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟 ¡ 𝑌 𝑙𝑜 𝘩𝑎𝑐𝑒𝑠 𝑡𝑎𝑛 𝑏𝑖𝑒𝑛!

Sin saberlo, con ese suave reconocimiento mi colega me sacó de la cuevita en la que me vi metida más temprano: de no ser suficiente para alguien, a hacer algo que te destaca para otra persona.

Agradecí con el cosquilleo incómodo que siempre me generará el piropo y desvié la mirada hacia la ventana del aula. Entre el mimo que había recibido y la vista abierta que tenía ante mi encontré el turbo para llegar hasta las 9.

En esta semanita que comienza les sugiero que busquen las señales que balancean, no se queden sólo con las que aplastan porque la cueva se puede tornar muy oscura. ¿Qué aporta tu ventana hoy?




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